El guardián de la fórmula



Ignacio Calzeta presiente que va a morir. 
Se mira las manos. Están sucias y mojadas. Impregnadas de una tierra arcillosa y húmeda. Nota como tiemblan. Se las frota sobre los brazos con energía. Intenta desentumecerlas, serenarlas. Comienza a tiritar. No puede controlarse. El pánico le paraliza las piernas, de nada sirve correr más. Debe encontrar un escondite. Un lugar donde refugiarse. Debe despistar el peligro. Si lo consigue, es probable que la humanidad tenga una oportunidad. Si no…