El inconformista

No suelo quejarme, pero todo tiene un límite. Primero fueron las lavanderas junto al río, chismorreando entre ellas, criticando como buenas chafarderas que son. Luego, los animales, ese apestoso rebaño de ovejas acompañado de aquel perro pulgoso y unos tristones bueyes que incansablemente tiraban del arado surcando una diminuta parcela de tierra negra. Todo ello puedo asimilarlo, incluso aquellos desvergonzados niños que reían a carcajadas, se burlaban con guasa y me rociaban agua de un rio plateado; pero lo de hoy, eso no, eso ha sido la guinda del mal gusto. Comprendo que es difícil encajar en un portal de Belén a un tío con los pantalones bajados haciendo de vientre, pero colocarme en lo alto de una montaña nevada: ¡es el colmo!

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